En el centro del Golfo de Sant Jordi, en el territorio conocido como el desierto de Sant Jordi d’ Alfama, habían unas bellísimas y salvajes calas no habitadas ni explotadas, de donde el Mestral era su celoso guardián.
Los pescadores de pueblos vecinos lo conocían pero sólo se atrevían a visitarlas con el buen tiempo del verano y siempre de forma puntual.
Tan desierto era que, además de torres de vigilancia, le pusieron un Castillo Templario para vigilar esta costa del ataque de piratas sarracenos.
No es hasta mitad del siglo XIX que la gente del sur, amigos del viento, llegaron en aquella cala con cuevas, que tradicionalmente les había dado cobijo a sus campañas de verano, para hacer un asentamiento estable siendo el origen de L’Ametlla de Mar.
El lugar era muy ventado, pero ellos si se hicieron respetuosos compañeros del viento para poder salir a pescar casi todo el año.
La Cala, Hija del Viento, finalmente tiene la Asociación de Vela Llatina que la representa.
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